(Adaptación y Edición Solo Para Ti Radio.com).- El origen de la Pascua o Semana Santa como le decimos, una fiesta asociada con la observancia de la resurrección de Jesucristo, se basa en realidad en una celebración pagana antigua. Los cristianos reconocen este día como una conmemoración del evento culminante de nuestra fe, pero tal como tantas fiestas “cristianas”, la Pascua ha llegado a ser comercializado y mezclado con tradiciones no cristianas tal como el conejo de Pascua, los desfiles de Pascua, y buscando huevos de pascua. ¿Cómo pasó esto?
Descubriendo el Origen
¿Qué diremos de las costumbres involucradas en relación con el Domingo de Pascua? ¿Es qué los primeros cristianos pintaban huevos o compraban panes calientes en forma de cruz? ¿Acaso Pedro y Pablo ordenaron alguna vez un servicio de Pascua al amanecer? ¿De dónde vienen estas costumbres?
Digamos para empezar, el origen de la palabra “Pascua“. Esta aparece en la Biblia. El origen de la palabra es Pash, la fiesta ordenada por Jehová (Levitico 23, 27-44) como Sábado de Expiaciones en recuerdo de la salida de Israel de Egipto. Aquí si hay un simbolismo legítimamente bíblico, pues Jesús fue el Cordero de Dios que nos liberta de la esclavitud del pecado y nos libra de la muerte eterna en virtud de la preciosa sangre de su sacrificio, como los israelitas que ponían la sangre del cordero sobre el dintel de sus puertas y Dios dijo: ” Veré la sangre y pasaré de vosotros“. Por esto la palabra hebrea pash significa “Pascua” o sea “pasar sobre”, que es símbolo de liberación. Pero de ningún modo las costumbres paganas tienen tal simbolismo, excepto la ceremonia judía, que adoptó e instituyó nuestro Señor, del pan y el vino, que aún se practica hoy entre los judíos, pero sin comprender su significado.
En las regiones nórdicas de Europa, así como también en Estados Unidos y Canadá, el Domingo de Pascua es celebrado con varias costumbres que provienen de Babilonia, tales como el pintar huevos de varios colores, éstos se esconden y los niños los buscan para comerlos. ¿Pero de dónde proviene esta costumbre? ¿Debemos de suponer que los cristianos del Nuevo Testamento pintaban huevos? ¿Tienen algo que ver los huevos de Pascua con Cristo o con su resurrección? La respuesta es obvia. Este uso es completamente extraño a la Biblia.
El huevo es un símbolo pagano que usaron los babilonios. Creían en una vieja fábula acerca de un huevo de gran tamaño que se suponía había caído desde el cielo al río Eufrates. De este “maravilloso huevo”- de acuerdo con la historia- fue engendrada la diosa Astarté. Por esto el símbolo del huevo llegó a ser asociado con esta diosa, en el idioma inglés se tradujo con la famosa palabra Easter, en la versión biblica inglesa de la King James, que como dijimos significa “Pascua” o sea “pasar sobre”. Este error (de haber usado esta palabra) ampliamente reconocido en el inglés ha sido corregido en todas las traducciones modernas.
Astarté o Ishtar diosa de Babilonia – la madre de las falsas religiones – , la humanidad se llenó de estas creencias y toda la tierra recibió la influencia de la idea del huevo místico; por esto hallamos el huevo como un símbolo “sagrado” (para estas naciones paganas) en muchas naciones. A partir de entonces se extendió la tradición pagana de encontrar huevos y el conejo de Pascua continuó siendo un símbolo de fertilidad. Conceptos totalmente alejados de lo que como cristianos debemos observar.
Jesus Lo Hizo Por Amor
Volviendo a nuestro punto principal es necesario precisar desde un principio, que el Señor Jesús puso su vida voluntariamente en propiciación por nuestros pecados.
Él mismo lo declaró: “…Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar…” (Juan 10:17-18).
La venida del hijo de Dios en carne (Juan 1:14) estaba ya predestinada desde antes de la fundación del mundo, y su muerte no fue un hecho meramente circunstancial, sino que un designio eterno de Dios.
Lo que Cristo logró en la cruz es verdaderamente extraordinario y no tiene comparación. El tratamiento de nuestros pecados en la cruz, es una obra cuyo diseño es divino y no humano. No fue un hombre simplemente el que murió en la cruz, sino que fue Dios – hombre, el eterno Emmanuel.
No fue un ser creado quien murió en la cruz, sino que uno eterno, destinado desde antes de todas las cosas, tal cual lo declara el apóstol Pedro:
“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20)
Si hubiese sido un hombre quien murió en la cruz, lo ocurrido allí, habría sido un crimen o un martirio, y no una ofrenda en sacrificio voluntario. Cristo quiso morir por nosotros, a El nadie le quitó la vida, El la puso voluntariamente por nosotros.
Por consiguiente, jamás debemos concluir que Jesús fue asesinado porque Poncio Pilato no lo indultó, o porque Judas lo traicionó; Cristo murió porque Él quiso morir y el plan eterno de Dios ya lo había establecido así:
“Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:27-28)
Es realmente sorprendente observar las profecías mesiánicas y en lo particular, anunciando cientos de años antes que el Mesías vendría a morir.
El profeta Isaías escribe la más intensa y conmovedora de las narraciones que hablan de los padecimientos del Mesías. El capítulo 53 de Isaías es verdaderamente un relato de excelencia, cuya exactitud en cada detalle y descripción de los hechos que acontecieron siglos después, nos confirma indiscutiblemente su inspiración divina.
David inspirado por el Espíritu Santo, escribió el salmo 22, que al igual que la narración de Isaías, se muestra una detallada descripción de los padecimientos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Ya en el Getsemaní (prensa de aceite), el estado de Cristo es de una angustia intensa. No olvidemos que Él era Dios – hombre y padeció como tal. Sus temores y tristezas eran reales y no una ficción. Él necesitaba de sus amados discípulos pero todos le dejaron solo. Todos se durmieron mientras el Autor de la vida oraba.
El evangelio de Lucas presenta un antecedente exclusivo que nos permite entender aún más el grado de angustia que estaba padeciendo Jesús previo a su arresto:
“Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” ( Lucas 22: 43-44)
Esta condición es conocida en la medicina como “hematohidrosis” (sudor de sangre). Este fenómeno es muy raro, pero perfectamente documentado y que ocurre en condiciones excepcionales. El Dr. LeBec escribe: “Es un agotamiento físico acompañado de un trastorno moral, consecuencia de una emoción profunda, de un miedo atroz” (Le supplice de la Croix, Paris, 1925)
Se describe como una dilatación y ruptura de los vasos capilares subcutáneos en su punto de contacto con la base de los millones de glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y se coagula sobre la piel después de la exudación. Es esta mezcla de sudor y coágulos la que se va juntando hasta correr por encima de la piel de todo el cuerpo en cantidad suficiente como para caer al suelo.
Esta agonía de Jesús no se debía tanto a los padecimientos físicos que pasaría, sino a la realidad de que los pecados y enfermedades de la humanidad vendrían sobre El. En su oración del huerto le dijo al Padre: “si quieres, pasa de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya…”
Siendo Rey murió por nosotros
“el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Filipenses 2:6-8)
En estos días y cada día del año debemos tener presente que el sacrificio de Cristo por nosotros fue el acto más bello que ha existido y juntamente con esa acción eterna ser seres con propósito; no lo cambies por tradiciones blasfemas y satánicas, no infectes a tu familia ni a tus hijos de ellos. Gracias a Su Sacrificio y Victoria sobre la muerte, hoy podemos obtener una ciudadanía celestial a través de Jesús, ¿Cómo?, dejando que Él entre a nuestro corazón y gobierne nuestra vida. Hazlo ahora.